Guerra de regalos by Orson Scott Card

Guerra de regalos by Orson Scott Card

Author:Orson Scott Card
Language: es
Format: mobi
Tags: Ciencia-Ficción
Published: 2011-02-13T23:00:00+00:00


6. Guerra santa

Dink salió echando chispas del despacho de Graff. —Si no pueden ver la diferencia entre rezar ocho veces al día y meter un poema en un zapato una vez al año...

—Era un gran poema —dijo Flip. —Era bobo.

—¿No se trataba de eso? Era un gran poema bobo. Me siento mal por no haber escrito uno para ti. —Yo no puse mis zapatos. Flip suspiró.

—Lamento haber hecho eso. Sentía nostalgia de casa. No pensé que nadie fuera a hacer algo al respecto. —Lo siento.

—Los dos lo lamentamos muchísimo —dijo Flip—. Excepto por eso, no lamentamos nada en absoluto. —No, la verdad es que no —dijo Dink. —De hecho, es divertido meterse en problemas por celebrar el día de Sinterklaas. Imagina lo que sucedería si celebráramos la Navidad.

—Bueno —dijo Dink—, todavía nos quedan diecinueve días. —Cierto.

Cuando llegaron a los barracones de la Escuadra Rata, quedó claro que la historia ya era de sobras conocida. Todos guardaron silencio cuando Dink y Flip se detuvieron ante la puerta.

—Estúpidos —dijo Rosen.

—Gracias —respondió Dink—. Viniendo de ti, eso significa mucho.

—¿Desde cuándo os ha dado por la religión? —exigió Rosen—. ¿Por qué os metéis en una especie de guerra santa?

—No era nada religioso —respondió Dink—, era holandés.

—Bueno, capullo, ahora estás en la Escuadra Rata, no en Holanda.

—Dentro de tres meses no estaré en la Escuadra Rata, pero seré holandés hasta que me muera.

—Aquí arriba las naciones no importan —apuntó uno de los demás niños.

—Las religiones tampoco —añadió otro.

—Bueno, está claro que la religión sí que importa —repuso Flip—, o no nos habrían llamado para echarnos la bronca por cortar una tortita en forma de F y escribir un poemita divertido y meterlo en un zapato.

Dink contempló el largo pasillo, que al final tomaba forma de curva en dirección hacia arriba. Zeck, que dormía al fondo del barracón, no podía ni siquiera verse desde la puerta.

—No está aquí —dijo Rosen.

—¿Quién?

—Zeck. Vino y nos dijo lo que había hecho, y luego se marchó.

—¿Alguien sabe adonde va cuando quiere estar solo? —preguntó Dink.—¿Por qué? —respondió Rosen—. ¿Estás planeando darle una paliza? No puedo permitirlo.

—Quiero hablar con él.

—Oh, hablar —dijo Rosen.

—Cuando digo hablar, quiero decir hablar.

—Yo no quiero hablar con él —dijo Flip—. Estúpido capullo.

—Sólo quiere largarse de la Escuela de Batalla —dijo Dink.

—Si lo sometiéramos a votación, se marcharía en un segundo —dijo otro de los niños—. Qué desperdicio de espacio.

—Una votación —dijo Flip—. Qué idea tan militar.

—Vete a meter el dedo en un dique —respondió el niño.

—Así que ahora somos antiholandeses —comentó Dink.

—No pueden evitarlo si todavía creen en Santa Claus —dijo un niño americano.

—Sinterklaas —añadió Dink— vive en España, no en el Polo Norte. Tiene un amigo que lleva su saco, Black Piet.

—¿Amigo? —inquirió un niño de Sudáfrica—. Black Piet me suena a esclavo.

Rosen suspiró.

—Es un alivio cuando los cristianos luchan entre sí en vez de cargarse a judíos.

Fue entonces cuando Ender Wiggin se unió a la discusión por primera vez.

—¿No se supone que es esto exactamente lo que las reglas pretenden impedir? ¿ Que la



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